22 de set. 2007

embARCA't: Cartoixa de Valldemossa

Real Cartuja de Jesús de Nazaret (Valldemossa)


A càrrec de la Senyora Concepció Bauzà de Mirabó




El palacio de Valldemossa, terminado en torno a 1309, constituye el inicio documentado del conjunto monumental que visitamos. Perfectamente integrado en el conjunto de edificaciones de la dinastía mallorquina, algunas de las cuales se construyeron simultáneamente, evidencia estructuras, materiales e incluso maestros comunes con aquellas. Marcel Durliat en su obra “L’art en el regne de Mallorca” lo describía así:

“Els edificis, voltats d’un vall, estaven distribuïts entorn d’una clastra rectangular d’uns 42 metres de llarg per 14’50 metres d’ample, tancada vers el nord per un edifici de vastes dimensions, la sala reial o palau propiament dit, que comunicava per un bell portal amb la planta baixa d’una robusta torre rectangular on el rei tenia la seva cambra. Al sud hi havia una gran cuina i el rebost; s’entrava en aquests locals per un portal de pedra viva, i una escala de caragol duia a un primer pis. A l’oest hi havia les dependències de la reina i a l’est uns anexos.
Almenys a tres costats, els edificis estaven precedits de pòrtics amb voltes ogivals”
[1].

En 1398 los monjes de Porta Coeli (Valencia), solicitaron la creación de una nueva cartuja al Rey Martín I de Aragón “El Humano”. Proponían como lugar el palacio real de Valldemossa, que para entonces se hallaba en ruinas por el abandono sufrido tras la caída del Regne de Mallorca. Las donaciones que recibió el proyecto convencieron al padre general de la orden sobre su viabilidad, a pesar del aislamiento previsible de la nueva cartuja respecto a las demás casas, que a priori, dificultaría el seguimiento y el control sobre la comunidad.
En 1399, Martín I hizo donación del palacio real a la Orden de san Bruno. La Cartuja de Valldemossa se incorporó a la provincia cartujana catalana cuya casa-madre era la de Scala Dei en Tarragona
La distribución de los edificios reales en torno a un patio de armas fue aprovechada por los monjes que crearon un claustro rodeado de celdas y otros espacios monacales, para albergar la primera comunidad. Un padre cartujo del XVII, Fray Albert Puig describe en su crónica del monasterio el proceso de transformación edilicia:


Estos aposentos feren aquels per los de la familia que ací servia y feya estat al Rey don Sancho y juntament edificaven sinc celdas molt a propòsit per a habitar a son tems sinc religiosos cartuxos sirvents de lo Altíssim. Feren aquells ací una cuina ab son rebost molt capaz, una cosa y altra per a tenir y gozar tot lo necessari a la vida y regalo de son príncipe. I nostres pares comissaris dedicaren el rebost per a sacristia y la cuina per a Iglésia, per a depositar y guardar en aquella tot lo menester per al culto divino [...].
[...] Feren aquells també en este edifici un lloc per a càrcer, y serà entrendrer més de lo que a las horas feyan, nos donaren un refetor per a monjos cartuxos [...].
[...] Aprovades estes officines per a la iglésia y refetor, al costat d’ell, junt a lo que ya estava destinat per a iglésia, advertiren una botiga que era acomodada per a capítol. Veren axí mateix que per a cuyna, forn, celler, hospederia, conreria y celdas per alguns frares, cavalleriza y altres menesters d'un monestir, hi havia lloc apto, capaz y ab intent, tot lo que de present se podia desitjar[2
Así pues, el primer siglo de vida religiosa, caracterizado por las limitaciones económicas y condicionado por los edificios preexistentes, solamente erigió como obras destacadas una iglesia gótica que no se conserva y algunas estancias sufragadas por benefactores. La austeridad dominó también las piezas artísticas de la época, exceptuando algunos valiosos regalos del rey fundador o de algún donante.


El siglo XVI supuso el despegue económico del monasterio, tras la crisis de las Germanías. Ello permitió la primera ampliación del recinto con el claustro de Santa María de la mano del prior Miguel Oliver, quien convirtió la Cartuja en un referente cultural de la época al encargar importantes piezas a artistas como Damià Forment y Fernando de Coca procedentes de la zona valenciana, que constituyó un foco artístico receptor y difusor del Renacimiento italiano en España. Del segundo se conserva en el Museo de Mallorca la sarga de “La fundación de la Cartuja”, que se ha considerado una de las primeras pinturas renacentistas documentadas en la isla. En la segunda mitad del siglo los esfuerzos se concentraron en continuar el claustro y en construcciones defensivas sufragadas con la ayuda real.


El siglo XVII constituye otro momento álgido en la formación del patrimonio por la cantidad de piezas que se realizan, destinadas a ennoblecer los espacios de una cartuja consolidada y visitada con frecuencia por las máximas autoridades de la época. Se documentan artistas destacados como los Gener, Jaume Blanquer, Joan Antoni Oms, Antoni Ballester, Jordi Carbonell, Miquel Bestard o frai Joaquim Juncosa. Éste último protagoniza una nueva aportación foránea relevante con su “Ciclo del rosario”, al tiempo que ejemplifica la figura del monje-artista. Además se termina el claustro de Santa María con sus celdas y capillas y se modernizan espacios como la iglesia y el capítulo, de acuerdo a las tendencias estilísticas barrocas. Por su parte, las obediencias se multiplican confirmando el buen momento económico.

El siglo XVIII termina con ese esplendor. La necesidad de ampliar los antiguos edificios medievales supuso la construcción de un nuevo monasterio mucho mayor que el existente, situando a los monjes en una precaria situación. Ello limitó la adquisición de piezas artísticas importantes y favoreció un arte más popular realizado por los monjes o por gente estrechamente vinculada a ellos. Las obras avanzaron a marchas forzadas durante la primera mitad del siglo y se aceleraron en la segunda mitad y a principios del XIX, cuando los nuevos espacios requirieron una importante dotación interior. La decoración de la iglesia por parte de fray Manuel Bayeu, José Folc i Costa, Joaquín Cocchi o Adrià Ferran convirtió de nuevo la Cartuja en receptora de influencias externas, aunque esta vez con más problemas económicos y un amenazante contexto político.
De esta época conservamos la valiosa correspondencia de Fray Manuel Bayeu durante su estancia en Valldemossa entre 1804 y 1806, refiriéndose a la decoración de las bóvedas de la iglesia:

“Apenas desenbarqué, ya se olbidaron los trabajos que me aguardaban. Los padres procuradores me enseñaron todo lo mejor de la ciudad, cassas de caballeros, obispo, intendente general.
Y abiendo descansado, bine a cartuja, y se alegraron tanto que no es decible. Me dieron una celda como un palacio, en donde estubo Jovellanos. Apenas enpezé a pintar, todos se enbelesaban y admiraban la prontitud porque estaban hechos a ver pintar a los de Palma, que son cortos y tardos. Después pinté la cúpula de la yglesia al fresco, que a benido a berla lo mejor de Palma, sin desdeñarse el cardenal Despuch, el obispo y otros señores”
[3].

Tras unos años de febril actividad artística i constructiva, los monjes sufrieron las consecuencias de la compleja y desfavorable situación política. En 1820 se dieron las primeras medidas desamortizadoras y la expulsión de monjes durante el Trienio liberal. Se propuso vender la Cartuja y sus bienes, si éxito, recurriéndose incluso a una rifa con el fin de adjudicar las 47 partes en que había sido divida. Con el regreso del absolutismo de la mano de Fernando VII, regresaron los cartujos, por poco tiempo. En 1835 la desamortización de Mendizábal supuso la definitiva exclaustración de los veintiún monjes de Valldemossa, truncando la vida religiosa y las obras arquitectónicas, que quedaron sin terminar.
El patrimonio histórico-artístico comenzó a disgregarse. Un patrimonio que recorre más de cuatro siglos desde el Gótico hasta el Neoclasicismo, un conjunto de calidad desigual y relativo valor comparado con el de las más influyentes cartujas españolas. Sin embargo la isla no contó con los artistas de primera fila que trabajaron para aquellas cartujas y hay que tener en cuenta las limitaciones espaciales que ofrecían la iglesia gótica, su sacristía y capillas, donde, según el uso cartujano debían concentrarse las mejores piezas. Con todo, Valldemossa reunió un patrimonio ciertamente representativo del arte mallorquín, que ha pasado a menudo desapercibido por su dispersión, expolio y pérdida tras la marcha de los monjes.
El 12 de diciembre de 1842 el alcalde de Palma procedió a subastar la Cartuja, que quedó adjudicada al banquero francés Basilio Canut quien vendió a terceros distintas partes del conjunto, configurándose finalmente la propiedad en nueve propietarios distintos. La situación en que quedó el complejo edilicio estuvo marcada por el abandono inicial y por un proceso de subdivisión y disgregación que fue multiplicándose a medida que los nuevos propietarios se desprendían de las zonas que menos les interesaban, como sucedió con las obediencias, el antiguo capítulo, el refectorio o la cocina. Las partes que el Estado se reservó se convirtieron en espacios públicos como el claustro de la monjía, el claustro mayor y el espacio comprendido entre las obediencias de los hermanos, que pasaron a ser plazas, jardines y calles.
La Junta de Enajenación de Bienes de Conventos puso en alquiler algunas de las celdas de los monjes, ya desocupadas, y fue en este contexto cómo se produjo en el invierno de 1838 la estancia del músico polaco Fréderic Chopin Chopin y su amante George Sand, cuya novela “Un hiver a Majorque”, tanto dio que hablar. Por su parte, Chopin dejó, en su correspondencia, algunas descripciones del lugar:


“Es un enorme monasterio cartujano, entre los acantilados de rocas y el mar, donde puedes imaginarme sin guantes y sin rizarme el pelo, tan pálido como siempre, en una celda cuyas puertas París no tendría ni como portal de entrada. La forma de la celda es como la de un ataúd alto, con una enorme bóveda llena de polvo y una ventana pequeña; fuera de la ventana hay naranjos, palmeras y cipreses, y en la pared opuesta a la ventana está mi cama, sujeta con tirantes debajo de un rosetón afiligranado de estilo morisco. Al lado de la cama hay un escritorio cuadrado bastante estropeado que apenas puedo utilizar, y encima de él (esto es un gran lujo aquí) hay una palmatoria de plomo con una vela. Bach, mis esbozos de obras y papel reutilizado; silencio, aquí podrías gritar y todavía estaría silencioso. Ciertamente te escribo desde un lugar extraño [...]”[4].

Hoy, la visita actual por los interiores del Palacio del Rey Sancho y la Cartuja refleja la parte más destacada del conjunto monumental que se ha conservado y explica, al tiempo las historias de algunos de los personajes que ésta ha albergado a lo largo de su historia.
La Cartuja sigue siendo, desde su emplazamiento privilegiado, testimonio vivo de la vida y la obra de quienes la construyeron, la habitaron y de quienes encontraron inspiración entre sus muros.
Concepció Bauzà de Mirabó



[1] DURLIAT, M: L’art en el regne de Mallorca, (Primera edición 1964), 1989, 157.
[2] BC, Manuscrito nº 1731, PUIG, A: Crònica de la Cartoixa de Valldemossa, 17v-18.
[3] Fragmento de la carta de Fray Manuel Bayeu a Miguel Esteban Ric sobre su estancia en Mallorca y su trabajo en la Cartuja de Valldemossa, 22-03-1805. Transcrita por CALVO, J. I: (1996), 259-260.
[4] Carta de Chopin a Fontana fechada el 28 de diciembre de 1838, Transcrita por ORGA, A: Chopin, Ed. Robinson, Barna 2003, 128-129.